Wednesday, March 22, 2006

El arte de Criticar



El ser humano tiende a criticar injustamente; hacerlo bien
es un arte que requiere amor


Si hay algo común a todos los mortales es la mala costumbre
de criticar.
¿Quién hay que no critique algo o a alguien cada día?.
Los hijos critican a los padres, los padres a los hijos,
los vecinos a los otros vecinos,
los incrédulos a los creyentes, los creyentes a la Iglesia,
los españoles a los españoles y los franceses a todo
el resto del mundo.
Rara es la persona que al llegar a la noche no tiene que arrepentirse
de alguna palabra lanzada al viento.
Y lo grande es que al situarse en una «actitud crítica»
se considera como un derecho, como un valor,
como una postura de privilegio. Sin embargo, el arte de criticar es
muy difícil.
Para hacerlo con corrección hay que estar muy preparado.
Por hacerlo mal suelen ser injustas fácilmente las noventa y nueve
críticas de las cien que criticamos.
Se critica con mucha frivolidad.
Por eso conviene reflexionar un poco sobre el «Arte de criticar».
Empecemos por la etimología. La palabra «crítica»
viene de verbo griego «krino» que significa «juzgar, valorar».
Por lo tanto criticar no debe ser sólo decir lo malo, si no valorar
también lo bueno. Quien al criticar se fija sólo en lo negativo hace
una mala crítica.
Su labor es destructiva.
Lo primero que hace falta para que una crítica sea justa es amar
aquello que se está criticando;
deseo de ayudar a mejorar con la delicadeza del que cura una herida;
no gozar destruyendo, eso es pura venganza. Lo más fácil es que esa
crítica sea injusta.
Una crítica con ironía y sarcasmo puede ser un desahogo
del que critica, pero ahí no se ve deseo de ayudar. La crítica destructiva
es muy fácil, tan fácil como destruir en la playa, de una patada, un
castillo de arena.
Lo difícil es levantarlo. Lo bonito es hacer algo positivo para mejorar
el mundo: para hacerlo más justo, más bello, más humano, y más
fraternal y cristiano.
El que no sabe elogiar lo bueno debería abstenerse de criticar lo malo.
Seguramente, exagerará en su crítica y puede llegar
a la injusticia. El que critica debería preguntarse si él tiene alguna
responsabilidad en eso que critica.
Si nos sentimos corresponsables,
no haremos una agresión desde fuera.
Será una colaboración desde dentro.
Desde dentro del corazón.
*** El P. Martín Descalzo en su libro «Razones para vivir»
da estas leyes para el arte de criticar:
1º Hacer la crítica «cara a cara».
Es decir, hacérsela al que tiene que corregirse. Buscar ayudarle.
Tirar la piedra y esconder la mano es de mezquinos.
2º Hacer la crítica en privado
(a no ser que se trate de cosas públicas). Decirle a uno sus defectos
en público es contraproducente.
3º En la crítica, no hacer comparaciones, que resultan odiosas.
Nunca decirle a un hijo: «aprende de tu primo».
Cada persona es cada persona. Cada caso es cada caso.
Las circunstancias diversas pueden cambiar los casos radicalmente.
4º Criticar los hechos, nunca las intenciones.
Sólo Dios conoce los corazones.
Mientras no nos conste de lo contrario
debemos pensar en la buena fe del prójimo.
Eso de «piensa mal y acertarás», aunque algunas
veces dé resultado, es poco caritativo.
Es más bonito aquello de «piensa bien mientras
no tengas razones que te obliguen a pensar mal».
5º Limitar la crítica a un caso concreto. Sin generalizar.
Las generalizaciones, generalmente,
perjudican a inocentes.
6º Criticar con objetividad. Sin exagerar.
Evitar las palabras «siempre», «nunca» y similares.
Nadie es siempre malo. 7º Criticar una sola cosa cada vez.
Soltar de golpe muchas críticas
es agobiante.
8º No repetir la misma crítica frecuentemente.
El machaconeo resulta ineficaz.
9º Elegir el momento oportuno, tranquilo.
Si uno de los dos está nervioso se agrandará la herida en lugar de curarse.
10º Comprobar bien lo que se critica. Basarse sobre
rumores o sospechas es exponerse a ser injusto.
11º Ponerse en el lugar del criticado para no hacer
a nadie lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros.
Si supiéramos las razones que el otro ha tenido, seríamos
mucho más indulgentes

. Dice Fray Luis de Granada que las personas deberíamos
tener tres corazones:
- Para con Dios, un corazón de hijos.
- Para con los demás, un corazón de madre.
- Y para con nosotros mismos, un corazón de juez.
Pero la realidad suele ser muy distinta: - Muchas veces tenemos
para con Dios un corazón temeroso más que amoroso.
- Y para con nosotros mismos un corazón de
«madraza perdonalo todo».
- En cambio para con los demás solemos tener un corazón de juez
especialmente duro, dispuesto a ver defectos, sin tener en cuenta
las virtudes.

¡Con qué cruel dureza solemos juzgar a los demás!
¡Y qué contraste con la benevolencia con que nos juzgamos
a nosotros mismos!
A veces es necesaria la crítica, pues hay ocasiones
en que se nos quiere dar gato por liebre. Y esto no puede ser.
El P. Martín Descalzo, en su libro que estoy comentando, toca
magistralmente este punto.

Leo un capítulo de este libro.

Lo titula «Vida "Light"». Dice así: «Un buen amigo mío ha publicado
un libro sobre temas religiosos, y me duele confesar que nunca vi una obra
con mejores intenciones, y a la vez con mayor desacierto.
Mi amigo es un buen cristiano a quien siempre le
ha gustado vivir en la frontera y dedicarse a
acercar la fe a quienes no la tienen: incrédulos o agnósticos.
Y como considera que su misión consiste precisamente en "acercarles" la fe,
en hacérsela comprensible, lucha en sus libros y
artículos por volverla digerible,
por servírsela en la bandeja de la mayor modernidad.
Y hasta aquí yo estoy absolutamente de acuerdo con él. La cosa cambia
cuando analizo los métodos que usa para tal acercamiento: ofrecerles lo
que hoy se llamaría un cristianismo "light", desvitaminizado, descalorificado, rebajado, recortado en todo lo que exige la fe.

¿Qué a la gente le cuesta aceptar ciertos dogmas?

Pues se les maquilla, se les reduce a fórmulas más o menos simbólicas,
a afirmaciones flotantes. ¿Qué es duro asumir desde ojos humanos la
divinidad de Cristo?
Pues se "aclara" y se dice que realmente Cristo
no fue Dios, ni nunca se proclamó como tal, que realmente fue
un hombre a través del cual se mostró Dios de modo excepcional;
Él fue la transparencia de Dios, pero siendo en
sí mismo un solo y puro hombre.
Y así ocurre con todo. Al fin queda un cristianismo - papilla, que es
una mezcla de buena voluntad, de religiones orientales,
de explicaciones supuestamente más científicas,
con una mezcla de cristianismo
- agnosticismo en la que ya no hay que creer nada fijo, dado que,
según mi amigo,
todas las verdades son oscilantes, el hombre no puede llegar a
poseer ninguna sino, cuando más, a girar lejanamente en torno a ellas.
Al hacer todo esto con el Evangelio, mi amigo no hace nada que no sea
muy normal en nuestro tiempo.
Porque en todos los temas hoy se tiende a lo "light": desde la
Coca-Cola hasta la vida cultural, política, social, y ética.
Todo se rebaja, todo es acomodaticio, todo es transitorio.
¿Hace falta aludir a las muchas historias que en los últimos
meses han convulsionado a nuestra sociedad?
Trapichear con el dinero o las influencias es democracia "light".
Jugar con los matrimonios es fidelidad "light".
Hasta los Tribunales parecen a veces querer hacer
su justicia "light".
Rebajar parece ser la consigna del hombre contemporáneo.
Para combatir la intransigencia se implanta una tolerancia absoluta,
olvidándose de que, ciertamente, hay que combatir la intolerancia
-que es la manera de "imponer" la verdad a la fuerza-, pero
sin olvidar que el amor a la verdad, es a la vez
respetuoso y firme.
Y lo mismo sucede con esa libertad "light" que hoy impera
y que consiste en hacer lo que a uno le da la gana,
y no en hacer, libremente, lo que se debe hacer. Ya sabemos que
el amor y el servicio a la verdad, que la entrega al
cumplimiento del propio deber, que el amor efectivo a los demás,
son tareas cuesta arriba.
Pero la solución no erá en ningún caso irlas rebajando
para que resulten más "digeribles".
Que la verdad, toda la verdad, es dolorosa y hay que dejarse
la piel en su búsqueda es cosa conocida. También el alpinismo es
arriesgado, pero no por eso vamos a hacer
alpinismo en la llanura.
Y presentar la vida, la verdad o la fe como un
paisaje únicamente paradisíaco, para que les resulte más atrayente,
no es un servicio
ni a los jóvenes que empiezan la vida, ni a los buscadores de la
verdad, ni a los agnósticos sin fe; es, simplemente, darles
gato por liebre, engañarles, haciéndoles creer que la vida,
la verdad o la fe "light" son la vida,
la verdad o la fe enteras y verdaderas».
¡Y esto no es verdad!.
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Como apéndice a estas consideraciones sobre el arte de criticar
podríamos decir algo sobre la limpieza en el mirar.
Ya dice el refrán que todo se ve según el color del cristal con que se
mira. Hay personas que todo lo ven negro.
Pero más que por la objetividad de las cosas, por el color
del cristal de su ojo. Generalmente, las personas de buen corazón
valoran en mucho a quienes les rodean:
sus compañeros son estupendos, sus familiares encantadores,
sus amigos fantásticos, y los amigos de sus amigos formidables.
Todo el mundo tiene algo de bueno. Por el contrario, quien ve
monstruos en todos los que le rodean puede ser porque él tiene un
monstruo en su corazón.
Lo cual no significa que una persona limpia no pueda ver la suciedad
que le rodea. La suciedad existe.
Y no es ningún delito verla.
Pero los que lo ven todo sucio probablemente es que la suciedad
la llevan dentro.
Proyectan hacia fuera lo que llevan dentro. Los amargados sólo ven
amargura. Si cambiaran las gafas negras que llevan en su corazón,
todo cambiaría de color.
A propósito de esto el Dr. Bernabé Tierno, psicólogo, tiene en la
revista Familia Cristiana un artículo que voy a citar porque no tiene
desperdicio.
Lo titula «Entrenando la pupila».
Dice así: «Desde hace más de veinticinco años, y por motivos profesionales,
he trabajado con infinidad de personas de todas las edades
y niveles sociales. Más de quinientas cartas mensuales,
consultorios psicológicos en revistas y periódicos, programas
de radio y televisión, cientos de cursos y conferencias a diversos
colectivos y, por supuesto, mi propio despacho profesional
en el que atiendo consultas
sobre problemas psicológicos y humanos.

¿Saben cuál es la conclusión a que he llegado después de tantos
años en la brega y en estrecho contacto con el ser humano?
Pues que son contadas las personas que aciertan a ver el lado bueno
de la vida, que casi nadie se percata de la belleza que le rodea.
Casi todos se quejan de las piedras del camino y de las espinas
del rosal, y son incapaces de ver el blanco estallido luminosode
cientos de almendros en flor porque su "pupila" mental y psíquica,
su marco de referencia interno, elige lo negativo. He comprobado
que son legión las personas que, cualquiera que sea la situación
en que se encuentren, de manera sistemática sólo tienen
ojos para lo negativo, todo lo contaminan con su fatalismo y
siempre descubren defectos imperdonables en los demás.
Raras veces logran sonreír y disfrutar de lo que son y de lo que tienen.
Si hace sol, se quejan por el calor; si llueve, les molesta la lluvia.
Si se les da cariño, nos llaman pesados y agobiantes.
Cuando nos mostramos discretos, nos acusan de frialdad... Hagamos
lo que hagamos, para ellos las cosas no están nunca bien.
Jamás se sienten satisfechos de algo. Millones de
personas
se siguen autodestruyendo cada día ocupados en llorar
y lamentar sus amarguras, hundiéndose más y más en las arenas
movedizas de la melancolía, el fatalismo y la culpabilidad, prediciendo
para sí y para la Humanidad desgracias y calamidades. El problema
está en que, a la hora de convivir con estas personas que siempre se
sienten desdichadas, que son incapaces de descubrir la bondad y la
belleza de cuanto les rodea, su actitud puede resultar muy contagiosa y
pueden arrastrarnos a la depresión y a sentimientos de desgracia como
postura ante la vida.
¿Cuál es la solución? Tomar la firme decisión de entrenar
desde hoy la "pupila" del corazóny de la mente para ver
cuánto de saludable y de bueno hay en nosotros mismos y en los demás ».



Continua...

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