Friday, September 02, 2005

QUINTO MENSAJE

Cada ser humano es dueño de una individualidad singular. He aquí una verdad científica pródiga en enseñanzas. Nunca antes--desde los comienzos del tiempo-- ha habido nadie exactamente como usted; y nunca tampoco lo habrá, a través de todas las épocas futuras. Es decir, que ni en el más remoto pasado, ni en el presente, ni en el porvenir, ha habido, hay o habrá alguien que repita fielmente las características de esa su individualidad singular.
La ciencia de la genética nos enseña que las peculiaridades físicas y psíquicas de cada ser humano están determinadas en principio por veinticuatro cromosomas paternos, y otros tantos cromosomas maternos. Estos otros tantos cromosomas contienen, cada uno, numerosos genes que determinan las características hereditarias futuras del nuevo ser. De ellos nacen las determinantes enunciadas en la ley biológica de la herencia. Y son ellos los que nos dotan de nuestras particularidades individuales. Esas particularidades son enormemente más variadas y complicadas que las de los animales y plantas. Es, por ello, que, según se ha comprobado, los experimentos hechos en animales, en relación con las enfermedades, por ejemplo, nunca pueden tener una exactitud que de seguridad cuando se aplican sus resultados en el ser humano. La experiencia médica, por otra parte, ha comprobado fehacientemente que "no hay enfermedades, sino enfermos".

¡Hay tantos factores imponderables que se presentan en nuestra vida! Llegamos a ella portando una vigorosa influencia hereditaria que nos da ciertas condiciones propias, influencias de las más variada índole ---estímulos o anulaciones, que tanto pueden venir de nuestra primera infancia, como del medio ambiente en el cual nos toque desarrollarnos y educarnos--- se ejercen sobre nosotros; pero a pesar de ese elemento variable de nuestra personalidad, nuestra modalidad reactiva y nuestras reacciones mismas serán siempre únicas, peculiares de cada uno de nosotros.
Tras toda individualidad determinada por factores diferentes, existe siempre algo que no ha sido adulterado; un sello personal latente, incólume, puro, que, a través de todas las circunstancias de la vida, mantiene una reserva espiritual que yace en el fondo de nosotros mismos, lista para que la utilicemos en obtener la dicha y el éxito.

Ya dijimos que somos únicos e irrepetibles, con nuestras cualidades y defectos, con nuestras posibilidades y limitaciones. Alegrémonos de ello, y saquemos el mejor provecho de lo que la naturaleza --unas veces generosa, y otras mezquina-- nos ha proporcionado. No tratemos de ser otros, de imitar a nadie ni de seguir el camino por el que otros han triunfado, pues ese es el error de la totalidad de los fracasados. Con nuestro propio esfuerzo y la ayuda divina, estampemos las huellas de nuestro propio destino.
Y procuremos, para ello, hallar nuestro Yo Armónico, siguiendo el impulso dinámico de nuestras cualidades superiores que nos permita aprovechar convenientemente las capacidades de que disponemos.
El hombre comienza a recorrer la senda del triunfo solamente cuando llega al convencimiento de que hay que buscarla dentro de sí mismo, estimulando su Yo Superior, aprovechando con Sabiduría sus poderes y sintiendo que allí reside la virtud de alcanzar la felicidad y que, sólo intentando su descubrimiento, puede saberse de su naturaleza.Pero, ¿Cuál es en verdad, el camino que debemos seguir para el descubrimiento y adecuado cultivo de nuestra personalidad superior?


AL ENCUENTRO DE NUESTRO YO SUPERIOR

"De no ser el camino, sé el sendero. Si no el sol, sé
la estrella que titila. No busquemos tamaño en la pelea,
sino ser lo mejor en nuestra vida.

En general, hacemos poco uso de nuestros recursos mentales y espirituales. Vivimos despiertos a medias. Todo individuo posee facultades valiosas, que muchas veces nunca descubre, porque ignora la potencialidad que reside en su Yo superior.Ese Yo potencial oculto en lo interno induce, por medio de la comprensión humana a sobrepasar la ruindad y las mezquindades de la vida; lleva a la conquista de los ideales. Y es, por sobre todo, valor, determinación, energía. Es innegable que todo aquel que persigue el triunfo material, quien quiere alcanzar las metas propuestas, ha de emplear el vigor y el valor que sólo su Yo superior puede proporcionarle.
El solo deseo no es suficiente. El talento, el carácter y la oportunidad, no bastan. El éxito será de quien, con paciente persistencia, sin desmayar, sin ceder un paso ante las dificultades, en una total concentración orientada exclusivamente a su fin, en marcha lenta, pero segura, vaya transitando su camino, lleno de la inspiración, consuelo, comprensión, fe y persistente energía extraída de su Yo superior.
Son la inspiración y la sabiduría, la fe, el valor y la energía, las manifestaciones generales de nuestro espíritu que caracterizan nuestra potencialidad superior. Ellas se manifiestan en toda lucha, ya sea contra el dolor físico o moral, o contra nuestro desfallecimiento ante circunstancias adversas. Se manifiestan en la eliminación de vicios y flaquezas, en el ansia de perfección y en la diaria lucha por nuestros anhelos materiales. El desarrollo por las capacidades de nuestro espíritu forma un impulso valioso y un apoyo decisivo si sabemos recurrir a ellas.
¿Pero cómo podemos llegar a descubrir, y luego a cultivar, nuestra personalidad superior?[1]
El inicio de la marcha hacia el encuentro de nosotros mismos es la profunda y permanente introspección, que nos permitirá el verdadero conocimiento de nuestro Yo. Por la meditación y el paciente psicoanálisis, debemos acostumbrarnos a vivir cada día más en nuestros aposentos interiores, para así poder disolver las facetas negativas y estimular las cualidades positivas que allí anidan.

Aprendamos a vivir de suerte que el advenimiento de cada día podamos mirarlo con la seguridad de que será un avance hacia nuestro perfeccionamiento y hacia la comprensión de nuestras percepciones. Esa búsqueda de nuestro Yo superior nos permitirá hacernos grandes ante nuestros quebrantos y siempre más fuertes ante el dolor y la enfermedad. Nos pondrá en paulatina posesión de las cualidades superiores de la mente y de la voluntad. Y, a medida que evolucionemos percibiremos más claramente la LEY que nos dirige y que nos aparta del dolor físico y moral, llevándonos hasta los altos dominios en los cuales las tinieblas se disipan y el dolor se convierte en dulzura.
La mente es un vehículo y también manifestación directa de nuestro espíritu. Por lo tanto, el mejor medio de llegar directamente a él.Con métodos adecuados y con mucha constancia y voluntad, mediante el continuo examen de nuestra individualidad consciente, acudiendo a la cotidiana meditación y concentración, ejercitando y cultivando, nuestra vida espiritual, muy pronto brotarán la comprensión y la inspiración que eliminarán los conflictos como resultado del contacto mental con nuestro Yo superior. Insistiremos en que, por la práctica de una vida espiritual armoniosa, obtendremos mayor agudeza de inteligencia, mayor finura de percepción, y nos iniciaremos en la adquisición de las cualidades superiores de la mente. También obtendremos fuerza espiritual y sabiduría para darle a estas potencias el empleo más provechoso. Los dones que emanan de nuestro Super-Yo son inherentes al encuentro de nosotros mismos; y. para ello, debemos procurarnos una vida interior lo más intensa de que seamos capaces, acatando las circunstancias características de cada individuo.

El mundo guarda lo que sensatamente ambicionamos, y puede ser nuestro cuando merecidamente lo conquistamos. La fe, la constancia y la energía suficiente y la práctica de esas condiciones espirituales fuertes y armoniosas constituyen los poderes que realmente ayudan a obtener todo aquello que anhelamos y merecemos.Nuestro Super-Yo es fuente de inspiración; y, cuanto más y mejor cultivamos ese incalculable poder, mayor claridad habrá en nuestro pensamiento, mayor energía en nuestras acciones; y nuestro avance hacia el éxito será firme y airoso. la irradiación que emana de nuestro Super-Yo será más eficaz mientras más profundicemos en nuestra vida espiritual, pues, tal como existe en torno nuestro un mundo físico, también existe con igual realidad, un mundo psíquico, el cual influye decididamente en todos los aspectos de nuestra vida material, siendo cada acto y cada resultado un reflejo de aquel.
La propia naturaleza del hombre es ir "haciéndose", realizándose. Somos libres, y, en mucho, responsables de lo que nos sobreviene: Mientras estamos vivos, muchas pueden ser nuestras transformaciones. De acuerdo con los principios de nuestra identidad, sería absurdo pensar que un proceso evolutivo nos permita cambiar hasta la esencia de nuestras condiciones personales. No. Un perro no puede transformarse en gato; pero si existe la posibilidad de que una enemistad que parece intrínseca, inherente a cada una de esas dos especies animales, se transforme en amistad por medio de adecuaciones, que a veces resultan sorprendentes.
Así, esa personalidad superior que yace ignorada en el fondo de nuestro espíritu es la que las disciplinas Esotéricas pretenden descubrir y desarrollar; de modo de poder determinar transformaciones realizables y de positiva influencia orientadora en la evolución y el perfeccionamiento individuales.
Los humanos vivimos en la actualidad una etapa excesivamente materialista; y solo nos esforzamos por construir a base de acciones utilitarias y por tener éxito en eso, olvidándonos de que , en lo íntimo de nuestra conciencia, hay potencialidades que son susceptibles de dar a ese éxito tan ansiado una orientación, y un contenido profundo y superior.
Si nos acostumbramos a cultivar nuestro mundo interior y a abstraernos por la meditación y la concentración, muy pronto irradiará de esa práctica un dominio anulador de conflictos y abatimientos. La costumbre de la introspección y del análisis profundo nos familiarizará con las reacciones buenas o malas de nuestra mente y nuestra conciencia. Al conocernos a fondo, tendremos la clave para conducir inteligentemente ese complicado mecanismo de nuestro ser íntimo.
No hay conocimiento más trascendental--y que, sin embargo, nos despreocupe más-- que el conocimiento de nosotros mismos. Por ese mismo medio, cultivaremos el sentido filosófico que hará, en una alquimia milagrosa, trasmutar por completo los dolores morales o físicos que nos depara la vida en valiosa experiencia y en sabiduría y fuerza moral.El cultivo de ese sentido filosófico es ajeno al conocimiento de las diversas escuelas que enseñan esa ciencia. Es simplemente una luz del entendimiento que los menos letrados pueden poseer y desarrollar. Es simplemente ejercitar, por medio de la meditación y el buen juicio, esa concepción metafísica que todo individuo de mediana inteligencia ha construido para sí.Es también poseer una intuitiva visión de los problemas inherentes a la condición humana, es descubrir ese tesoro inefable de verdad escondido en nuestros corazones y esa estabilidad dictada por la razón y el sentimiento. No es, precisamente, una colección de máximas, más o menos prudentes o sabias. Es, más bien, un sentido innato y espontáneo de reflexión, que puede ser más puro en el humilde.

A través de las experiencias asimiladas en el transcurso de nuestra existencia, todos nos vamos haciendo una filosofía ajena por completo a los conocimientos técnicos o literarios que podamos obtener. Y ella debe iluminar nuestro entendimiento desde las profundidades de nuestro YO superior, en consonancia con las sutiles vibraciones de la Inteligencia Universal.
Esa filosofía que fluye de nuestro Yo Superior nos faculta para comprender ampliamente la vida en su esencia, y para organizar nuestras energías, criticando y armonizando nuestros sentimientos. Ella fluye espontáneamente ante nuestro deseo de entender la vida y sus problemas, tornando conscientes y ordenadas las normas de nuestro proceder.Así, pues, el encuentro de nuestro Yo superior nos permitirá comprender las cosas a la luz de la razón, haciendo por lo tanto, racional nuestro comportamiento, dando un significado noble a nuestro vivir, un sentido a nuestra ubicación en el universo, proporcionándonos la explicación más profunda de lo que es, en esencia, el estudio de nuestro propio espíritu.


COMENTARIOS ACERCA DEL MENSAJE QUINTO

El contenido de este mensaje, en la mayor parte de su texto, es suficientemente explícito como para que requiera un comentario adicional. Sus palabras bastan, de sobra, para que el adepto pueda sacar el debido provecho.Vamos , pues, a referirnos a un solo aspecto. Aquel que, a nuestro juicio necesita ser ampliado y analizado en detalle para que el lector pueda formarse una impresión más cabal de estos preceptos y enseñanzas.
Durante el lento pero sostenido proceso de desarrollo de la cultura del ser humano y de la formación progresiva de lo que llamamos su Civilización, él se ha afanado por adquirir un creciente conocimiento y una cada vez más profunda comprensión de la Naturaleza. La tendencia claramente manifestada, en el curso de los últimos dos mil años, ha sido la de utilizar ese conocimiento y esa comprensión en el sentido de poder controlar las fuerzas de la Naturaleza para su propio beneficio, procurando incrementar con ello las ventajas materiales de la vida. Pero, debido a que las fuerzas mecánicas han aumentado y a que los seres humanos siempre han deseado tener mayores beneficios externos en su existencia, y se han hallado en condiciones de procurárselos en forma progresivamente creciente, se ha llegado hasta el límite de que en la actualidad el hombre dispone de ventajas materiales externas, en relación con la naturaleza, en una proporción tan enorme como jamás antes las tuvo. Pero, al mismo tiempo, el hombre tiene ahora muchas menos ventajas internas en su relación con el Cosmos, con la Potencia Inteligente Universal, pues tiene menor fe, menor inclinación a buscar su identificación con la Suprema Fuerza que es la Conciencia Cósmica.


Las fuerzas materiales son realmente ciegas. Con ellas o mediante ellas, el hombre fabrica sus utensilios, los implementos y cosas que emplea en el mejor acondicionamiento de su vida. Esos utensilios, implementos y objetos son el resultado del deseo y pensamiento humano hecho acción en el sentido de poseer y usar tales cosas. Pero tales cosas ejercen sobre él cierta acción. Sobre todo porque son cosas que provienen del hombre y que están adecuadas a la satisfacción de sus necesidades. Y las personas comienzan a vivir sus existencias, en un grado sorprendente, bajo la dominación de las cosas que ellas mismas han creado.
¿En qué emplean sus esfuerzos las personas después de que han satisfecho materialmente sus necesidades, y de que, incluso, han provisto la satisfacción de deseos de comodidad, lujos, placer, voluptuosidad?
Pues, gastan casi todos los resultados de su esfuerzo en adquirir nuevos y nuevos objetos materiales, de uno u otro género, útiles o superfluos. Y esos objetos materiales, empiezan a transformarse, así, en las fuerzas más poderosas de la vida humana; al extremo, de que, en ciertos aspectos, en la vida actual, se han constituido en nuestros amos.
Es comprensible que, en tales condiciones, nada que sea de origen puramente externo puede espiritualizar la vida del hombre, ya que ésta se halla enteramente dominada por fuerzas materiales ciegas. Y nada podría neutralizar o quebrantar ese dominio. Nada, excepto una fuerza espiritual superior.
El hombre vive atraído hacia la órbita de lo externo, olvidando su propio yo---y lo que es peor, olvidando la búsqueda de su Yo potencial superior--- y de esa manera, se aleja cada vez más de las posibilidades de alcanzar un grado elevado de evolución.Existen a nuestro juicio, dos caminos posibles de solución. El uno, inopinado, absurdo, imposible ya de ser aplicado; el otro, lógico, necesario, apremiante y que nos mueve, precisamente, a insistir sobre la necesidad de reaccionar contra el materialismo creciente de nuestra actual condición de vida.
El primero de esos caminos consistiría en que las fuerzas materiales fuesen destruidas para privar al hombre de todos los beneficios que ha logrado a través de los siglos y de esa manera, hacerlo retornar a un estado de existencia simple, serena, apacible. Y ello, obviamente, no sería posible.
El otro camino consiste en que el hombre busque la manera de lograr la integral transformación de su vida interna, de modo que se haga espiritualmente fuerte en un grado tal, que pudiera resistir y dominar la acción de las fuerzas externas esclavizantes.

Es naturalmente, este segundo camino el que nosotros preconizamos. Y el punto de partida para encauzar los pasos del hombre por esa senda es la afanosa búsqueda del hombre para llegar al encuentro de su Yo Superior.

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