Thursday, October 13, 2005

Cuarto Mensaje

PROEMIO

En la mayoría de los seres humanos, las actitudes de tristeza, melancolía y desaliento pesimista, son habituales. Viven ellos , en gran parte, lamentándose, quejándose de sus padecimientos, de la ingratitud, de la maldad humana o de la injusticia de la existencia. Creen erróneamente, despertar la compasión del prójimo por medio de sus reclamaciones; y, con frecuencia, reciben una compasión no genuina y nacida de los convencionalismos sociales que no conforta.

Esa monotonía de lamentarse de todo y de todos, esa idea fija de propia confesión, no es, en el fondo, más que el reflejo de un enorme egoismo. Todo ser humano, de una u otra forma, sufre incomodidades y aflicciones inherentes al vivir; pero, el que deplora constantemente su situación parece creer que todos los motivos amargos que hay en el mundo gravitan sobre él. Por lo demás, habiendo desarrollado en exceso la capacidad de autocompadecerse, será incapaz de apiadarse sinceramente de la desgracia ajena.
Como en nuestra mente reside, como sabemos, la fuente mayor de la felicidad y de la desdicha, siendo cada uno reflejo fiel de sus pensamientos, quienes viven una continua queja forman a su alrededor un clima mental morboso que contribuye a hacer surgir la impresión de que la vida no vale la pena de ser vivida.
No seamos de aquellos que imaginan ser el centro del universo y que piensan que sus aflicciones deben ser reconocidas por los demás, y que éstos no deben eludir el participar en ellas.

Generalmente, no son los más quejosos los que sufren los mayores problemas. Ellos sólo han hecho crecer dentro de sí mismos una piedad egoista que no se aleja de su órbita personal.
Seres de este tipo, con el espíritu marchito y con todas las potencias espirituales adormecidas, se hacen insoportables para quienes conviven con ellos.
Envueltos, como decíamos, en una atmósfera, en un ambiente de desilusión moral, de pesimismo y rencor, no llega a ellos ninguna comprensión que los ilumine para llenarlos de valor y de optimismo y para darles aquellas razones salvadoras que puedan inducirlos a otras reflexiones más favorables.

Como veremos en el presente MENSAJE, se procura, entre otros propósitos, enseñar al adepto que el perdón es una actitud artificial y forzada; y que en cambio, la comprensión de la vida y de las condiciones humanas trae consigo un alivio espontáneo y bienhechor de nuestras flaquezas y las de nuestros semejantes.


DE LA CONDICION HUMANA

"Llevemos nuestra cuenta corriente de daños y favores,
en el Banco de la Vida, con un amplio saldo a nuestro
haber, y , con ello, despreocupémonos de quienes nos
odian y olvidémonos del bien que hacemos."



Muchas veces, el egoísmo, la crueldad física y moral, la ingratitud, la maledicencia, hieren al hombre. Entonces, su reacción natural es la venganza, en la creencia errada de que, mediante ella se aliviará.
Para defendernos del mal que propicia el odio recurramos a una regla muy sabia: Acudamos a nuestra reflexión ecuánime y a nuestra mejor voluntad, y exáminemos el motivo de nuestro odio. Hallaremos, sin lugar a dudas, que hay más motivos para compadecer que para odiar; y, entonces, ese nocivo sentimiento se irá esfumando, hasta desaparecer. Nunca tratemos de pagar con la misma moneda, porque es difícil los motivos que inducen a las personas a realizar actos reprobables, y, porque tratando de vengarnos, el daño personal que nos haremos será más grande que el que han pretendido hacernos. No perdamos jamás un minuto en ocupar nuestro pensamiento con las personas que nos desagradan y hacia quienes, por debilidad, podemos sentir resentimiento o rencor. No es aconsejable permitir que nos perturbe el odio, pues nuestra vida es reflejo de nuestras ideas. Solo deberiamos albergar pensamientos de paz, valor y salud, amor y esperanza.

Es posible que no llegue nuestra fortaleza espiritual hasta el punto de amar a quienes nos hacen daño; pero, por lo menos, tengamos para nosotros mismo esa delicadeza que impide a la enemistad envenenar nuestro espíritu. Pensemos que, muy frecuentemente, nuestros enemigos son factor determinante en nuestro triunfo.

Conocimos a quien decía: "Gracias a la ayuda de Dios y al esfuerzo de mis gratuitos enemigos para hundirme, he podido triunfar en la vida". Es muy cierto que el espíritu de lucha, el temple moral que impulsa a conseguir vistorias, solo se obtiene superando las dificultades que los demás nos crean y superando lo demoledor de nuestras pasiones.

Propugnamos en nuestra iniciación para la Evolución Integral por una paz alcanzada mediante el equilibrio de nuestras potencialidades, luego de haber luchado por superar los tropiezos y dificultades que obstaculizan nuestro camino hacia el éxito, y luego de haber luchado por dominar nuestras inclinaciones perniciosas en base a un trabajo mental y espiritual.
Si observamos lo que sucede en el mundo, veremos que, tanto en las especies animales como en las razas humanas, son más fuertes los que han tenido que luchar para sobrevivir en un medio hostil; lo cual ha estimulado, en los animales, el instinto de conservación, y, en el hombre, las potencialidades superiores de su individualidad.

Nada de lo que se lleva a efecto sin lucha tiene las excelsas cualidades de lo que ha superado los incidentes poco favorables.
En arte, es frecuente reprochar al artista de resultados fríos, porque no se encuentra en su obra el don de convicción que da la experiencia que ha sido dura.

Es innegable que el odio o el rencor que turban nuestro espíritu y le restan esa paz que proviene de una adecuada comprensión, son una falta de espíritu de justicia. Es muy frecuente que nuestros enemigos tengan serias razones para odiarnos. Podemos haberlos herido en un momento de ofuscación. Si es así, debemos pagar, con la malquerencia del prójimo, nuestra falta; y no, lamentarnos. Puede ser que nuestro egoísmo, avaricia, orgullo, indiferencia o crueldad hayan hecho daño. Procuremos repararlo; y, si no nos es posible hacerlo en la persona del mismo perjudicado, por lo menos hagámoslo en alguien en quien podamos aliviar nuestra conciencia. Saldemos esa cuenta y experimentaremos alivio espiritual.

La ingratitud de nuestros semejantes a menudo nos hiere: Pero, si examinamos con ecuanimidad ese aborrecimiento hacia quien olvidó el bien que le hicimos, o , más aún, que sumó, a su ingratitud, un daño, nos encontraremos tan culpables como el desagradecido. Somos responsables de egoísmo y de ignorancia sobre la naturaleza humana. Ojalá la memoria fuera tan frágil para olvidar las ofensas como lo es para olvidar los favores. La gratitud no es un sentimiento espontáneo en el ser humano; es una cualidad cultivada, de la cual sólo son capaces muy contados seres.


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